sábado, 28 de febrero de 2015

Una propuesta de reforma electoral para Baleares

Reflexiones políticas del autor del blog que incluyen una primera propuesta de REFORMA ELECTORAL EN BALEARES (Borrador início discusión)

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La crisis económica  que se inicia en 2007 puso sobre la mesa la necesidad de modernizar y adaptar las estructuras económicas y políticas nacionales a la nueva realidad mundial caracterizada por un mundo mucho más interconectado e interdependiente. Que conlleva la exigencia del aprovechamiento exigente de los recursos, es decir, la necesidad de estar permanentemente vigilante para evitar despilfarros.


Desde mayo de 2010 cuando el Gobierno de entonces decide reconocer la existencia de la crisis y su gravedad, se pone en marcha un proceso reformista, que se verá reforzado con la llegada al poder del PP junio de 2011 en las CCAA y seis meses después el Gobierno del Estado.


Se llevan a cabo reformas importantes, como la modificación de la propia Constitución en aras a una mejor administración de los recursos públicos; reformas sobre el sistema de pensiones; sobre todo el sistema financiero con la desaparición de la práctica totalidad de las antiguas Cajas de Ahorros; sobre una parte de la legislación laboral; sobre la política energética desarrollada hasta ese momento; sobre parte de la legislación fiscal, etc.


A nivel autonómico, la mayoría de las comunidades han seguido ese mismo camino, con cambios en la legislación comercial, de turismo, territorial, etc.


Sin embargo, muchas de esas reformas no se han podido completar y muchas otras han quedado, simplemente pendientes, como la reforma de la propia administración pública. Debido, principalmente, a la fuerte contestación social que ha experimentado todo el proceso.


Parte de esa contestación social que puede tener su origen en una crisis añadida a la económica de representatividad, ya que los ciudadanos perciben a los políticos como personas distantes, que toman decisiones de forma desconectada con respecto a los deseos de sus representados.


A lo que hay que añadir el afloramiento de muchos errores de inversión pública y de acción política cometidos en el pasado, cuyo máximo ejemplo son la gran cantidad de infraestructuras sobredimensionadas y, muchos de los casos de corrupción frecuentemente vinculados.


En buena medida, el el rechazo al cambio es lógico y fácilmente explicable, ya que los potenciales perdedores evitarán que se produzca, mientras que los potenciales ganadores no estarán seguros de una ganancia que, ciertamente, todavía está por venir. Sin embargo, cuando el cambio es imprescindible como con la actual crisis, una parte del rechazo proviene de la incomprensión que generan las decisiones tomadas en un ámbito político que se percibe como distante y oscuro.


La ciudadanía observa los parlamentos, tanto nacional como autonómicos, como aquellos lugares en donde se juega una especie de partido de fútbol en que los goles se meten cuando se le dice al contrario “y tú más”. Dejando una amarga sensación de orfandad tanto para la comprensión de las medidas tomadas, como para la búsqueda y comparación de las alternativas de solución..


Sin embargo, cuando se produce una situación de decrecimiento o estancamiento económico la política tiende a ganar protagonismo al transformarse la economía en un juego de suma cero, en donde la única forma de ver un futuro mejor es a costa de otros grupos sociales


Todo esto debería haber puesto sobre la mesa la necesidad de reformar los propios partidos políticos y el sistema de representación. Sin embargo, esta reforma no ha estado en ninguno de los potenciales foros. Se toman decisiones de reforma que casi nunca afectan a los propios dirigentes. Generando una sensación de frustración que se ha traducido en la percepción de que la alternancia en el gobierno ha dejado de ser un instrumento de rendición de cuentas de los políticos para con la ciudadanía.


Ciertamente, la duración de la crisis ha provocado  que la alternancia en el poder no haya reducido el descontento con nuestro sistema político.


La aparición de partidos radicales, creados de forma rápida, con mensajes populistas de corte extremista, se ha de interpretar más, como una reacción a la situación descrita, que como de una alternativa.


El Partido Popular, que tiene en su haber, las realización de complicadas reformas económicas que comienzan a dar frutos de forma satisfactoria, tiene la oportunidad de liderar un nuevo proceso de cambio, esta vez en el ámbito estrictamente político, que contribuya a aumentar la vinculación del conjunto de la ciudadanía con sus líderes políticos, al tiempo que refuerza el papel de las instituciones. Contribuyendo decisivamente a la necesaria estabilidad que requiere toda sana economía.


Una reforma de los partidos, y sobre todo, del sistema de representación podría ayudar a recuperar la confianza en la política. Pues un mejor sistema de representación podría facilitar la completar las reformas pendientes. La calidad de la política estará muy correlacionada con la calidad de los resultados.


Decía el Premier británico Disraeli que los partidos políticos son la opinión organizada de un país, al agregar preferencias, presentándolas en forma de programas, con la iniciativa en el debate, implementado políticas públicas y seleccionando a la élites.


Sin duda, los partidos políticos son, y deben seguir siendo, la pieza fundamental para la participación de la ciudadanía en la res-pública. Por ello es fundamental minimizar la percepción negativa que de ellos tiene una parte nada despreciable de la población.


Quizás, parte del problema reside en que los partidos son organizaciones que también necesitan adaptarse a la demanda de “más política” que existen entre los ciudadanos. De hecho, hasta ahora, se ha intentado que prime la fortaleza de la organización sobre la propia participación de la militancia y simpatizantes, utilizando el instrumento de las listas cerradas y bloqueadas, mediante un sistema de representación proporcional que permite la participación de las minorías.

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