lunes, 28 de mayo de 2018

Marcos Ferragut: Una competencia desleal que la administración no compensa

Yo siempre he mantenido que si alguien quería construir un Palau de Congressos, que lo hiciera de su bolsillo tal y como hizo mi abuelo con el Auditorium. mallorcadiario.com

miércoles, 23 de mayo de 2018

La planificación económica

El ministro de economía soviético decidía que el precio del pan de todas las tiendas tenía que ser, exactamente, 2 rublos y 4 kopeks.

Que un koljós concreto de Oblast en Odessa tenía que pasar de cultivar trigo a criar gallinas, y que, la Panaderia Octubre Rojo de Moscú debía producir 3,5 millones de hogazas de pan al día, ni más ni menos.

La ciencia también seguía un camino similar. Así en vez de seguir la biología ortodoxa darwinista se adoptaban las teorías de Trofim Lysenko, jefe de la Académina Lenín Ciéncias Agrícolas. Según él un organismo vegetal podía adquirir algún carácter nuevo durante su vida, y esta nueva cualidad podía pasar a sus descendientes.

Eso significaba que si podían conseguir que algunas plantas se preparasen para el frio, su progenie también sería resistente a las muy bajas temperaturas.

Siguiendo este razonamiento los de Lysenko enviaron miles de millones de plantas de trigo a Siberia para que fuesen "reeducadas" (perdón, preparadas) para el frio.... Pronto la URSS se vió obligada a importar cada vez más harina de los EEUU.

Liberalismo: libertad positiva y libertad negativa

El liberalismo incluye el concepto de libertad negativa, entendiendo por tal que la libertad prevalece en ausencia de obstáculos que la restrinjan, mientras que el concepto de libertad positiva requiere la presencia de elementos que la catalicen. 

Decir que el liberalismo se despreocupa de la libertad positiva es inexacto. El liberalismo considera que el orden social justo se organiza entorno a la libertad, la propiedad y el cumplimiento de los contratos, lo que requiere un adecuado equilibrio entre los dos conceptos de libertad.

jueves, 17 de mayo de 2018

Un President xenófobo en la Generalitat

Un granadino recopila 440 artículos xenófobos de Torra: “No estáis solos”

Un informático de 32 años crea un archivo digital para que todo el mundo pueda leer las “intolerables” reflexiones del nuevo 'president'

/cronicaglobal.elespanol.com 

Episodios sugerentes del conservadurísmo Inglés. La derogación de la Ley de Granos

Pienso en episodios sugerentes de la historia del conservadurismo inglés. El primero, que tuvo lugar en 1829, trata de una gran figura de la Historia española: el primer duque de Wellington. Encabezó el partido tory -como se llamaba al antecesor del actual Partido Conservador-. Según la ideología de esta formación, la Iglesia anglicana definía la nación. El rey, que pensó que su lealtad al protestantismo le obligaba a mantener la opresión del catolicismo, había instalado a Wellington en Downing Street para resistir las llamadas cada vez más insistentes a la emancipación religiosa: concretamente, la concesión a los católicos -los ricos, por supuesto- del sufragio, así como permitirles ejercer cargos públicos. Ni Wellington ni sus seguidores querían cambiar el orden constitucional, pero el duque se dio cuenta del gran número de católicos que quedaban marginados de la nación política, sobre todo en las provincias irlandesas del reino. Renunciando al interés de su partido, e ignorando la voluntad real, logró que el Parlamento aprobara una ley de emancipación. El partido sufrió y perdió muchos votantes, pero por poco tiempo. A largo plazo, se vio fortalecido. La lección es clara: el interés nacional siempre es superior al interés de un partido. El líder que lo reconoce merece la gratitud de todos y la admiración de la posteridad.

Pocos años después, el sucesor de Wellington al frente de los conservadores, sir Robert Peel, se encontró ante un problema semejante. Por haber tenido que abandonar su postura religiosa, el partido adoptó, como política clave, la defensa de tasas proteccionistas para la agricultura nacional. La industrialización, en cambio, exigía comercio libre y comida barata. La gran hambruna de 1845 en Irlanda, en la que murieron millones de personas, convenció a Peel de que la política debía cambiarse. La reforma de las tasas de 1846 inauguró la época más espléndida de la historia económica británica y -por mucho que le costara- el Partido Conservador recuperó sus fuerzas. Peel está entre los grandes héroes del panteón británico. Una vez más, la lección es clara. Como dijo el mismo Peel, un conservador debe conservar lo que merece conservarse, y reformar lo que debe reformarse.

En 1867, el sucesor de Peel, el gran Benjamin Disraeli (que había logrado ser líder del partido por su apoyo a las tarifas antiguas) protagonizó otro sacrificio de la política supuestamente fundamental de los conservadores al aprobar una ley que concedía el voto a gran parte de la clase trabajadora. Se suele decir que lo hizo no por principios morales, como los que habían inspirado a Wellington y Peel, sino para sacar ventaja electoral. Pero Disraeli siempre había sido partidario de la tory democracy, es decir, de la idea de que aristócratas y obreros eran aliados naturales frente a la burguesía, que quería explotar a los segundos y destituir a los primeros. Su partido perdió las siguientes elecciones. Pero su audacia benefició al país y, al fin y al cabo, los conservadores mostraron sus credenciales democráticas. 

A principios del siglo XX, el partido se olvidó de las lecciones decimonónicas. En lugar de mantener el pragmatismo de Wellington, Peel y Disraeli, quedó al margen del poder por insistir en dos principios inflexibles: la llamada preferencia imperial -la política de ajustar las tarifas para intentar crear una zona de colaboración económica en el Imperio británico, a pesar de que el libre comercio era imprescindible para la prosperidad de las industrias nacionales- y la resistencia al independentismo irlandés. Sólo en los años 30, cuando las circunstancias cambiaron, pudo el partido recuperar su predominio. Desde entonces, todos los grandes primeros ministros conservadores se han mostrado dispuestos a sacrificar políticas sagradas cuando se ha considerado aconsejable.

Sir Winston Churchill, por ejemplo, abandonó su odio al bolchevismo para vencer a Hitler. Sir Harold Macmillan admitió la necesidad de desmantelar el Imperio británico antes de que sucumbiera a los "vientos del cambio". Edward Heath rechazó la alianza histórica del Partido Conservador con los protestantes de Irlanda del Norte. Margaret Thatcher, siguiendo unas iniciativas de Heath, volcó el consenso a favor de un mercado socialdemócrata que había prevalecido desde la Segunda Guerra Mundial, con el asentimiento de todos los partidos del Parlamento nacional.

Tomado de "Rajoy y May deben ser audaces" de Felipe Fernández-Armésto en elmundo.es

lunes, 7 de mayo de 2018

Bill Phillips, su máquina MONIAC y el flujo circular de la renta

Tim Harford en "El economista camuflado ataca de nuevo" nos cuenta rocambolesca historia del archiconocido economista Bill Phillips quien entre 1935 salió de su Nueva Zelanda natal para trabajar en una mina de oro, cazar cocodrilos, ser violinista callejero o viajar en el Transiberiano. Al final fue detenido como supuesto espia por los japoneses. Aunque al final recaló en Londres y se matriculó en la London School of Economics. Todo eso antes de que la gran guerra comenzará. Pues cuando ésta estalló se unió a la RAF, que lo mandó a la otra punta del mundo.

En seguida se le reconoció como un técnico fuera de lo común, dedicando sus esfuerzos a actualizar los obsoletos aviones que debían defender Singapur de las fuerzas japonesas.

Pocos días antes de la rendición de la ciudad estaba en el último convoy que huía de ella a bordo del Empire Star, un carguero refrigerado que, con una capacidad para 23 pasajeros, albergó a más de 2.000 personas. El convoy fue descubierto y atacado por los japoneses, de manera que Phillips aprovechó su capacidad técnica para subir a cubierta una ametralladora y fijarla a un soporte improvisado, que permitó dar una respuesta al ataque.

Le concedieron una medalla al valor, pero no se libró de pasar tres años en un campo de prisioneros de guerra japonés donde las condiciones de vida eran pésimas. Más tarde dijo que sobrevivieron los bajos y mientras que los altos murieron; él era de los bajos.

Intentó levantar los animos de los prisioneros mediante improvisaciones técnicas como la construcción de dos radios secretas, una de ellas tremendamente pequeña para su época. De hecho, Bill la escondía en el tacón de su zapato. También construyó pequeños calentadores de inmersión que permitian poder prepararse tazas de té, mientras que sus vigilantes nunca llegaron a entender porqué las luces del campo parpadeaban cada noche.

En el verano de 1945 él y miles de hombres fueron trasladados a un campo de exterminio donde vieron a los japoneses montando ametralladoras en los muros orientadas hacia el interior, y en donde fueron obligados a cabar sus propias fosas. Otro de los prisioneros era el escritor Laurens Van der Post, quien narra una osada incursión en compañía de un joven oficial neozelandés capaz de hacer casi milagros con sus conocimientos técnicos. Bill, Van der Post y otro oficial, Donaldson entraron en el despacho del comandante del campo en busca de piezas para la radio miniatura que Bill arregó justo a tiempo para oir la noticia de que los americanos habían lanzado una bomba en Hiroshima. Se acercaba el final de la guerra.

Cuando esta terminó volvió a Londres reanundando sus estudios en la London School Of Economics. Estudió sociología con algunas asignaturas de economía básica. Poco a poco se fue saltándose las clases para pasar tiempo en el garaje de su casera, en Croydon, un barrio a las afueras de Londres, donde montó una representación hidráulica de las ecuacioenes económicas que sus profesores garabateaban en las pizarras de la London.

Uno de esos profesores era James Meade, a quien Bill acudió para reformularle en términos de fontanería la parte matemática de los estudios de economía. A finales de 1949 el profesor le brindó la oportunidad de mostrar el funcionamiento de su inconcebible aparato a un foro tan severo como el seminario Robbins. Era su gran oportunidad, y la aprovechó para brindar al mundo una aportación de peso al nuevo mundo de la macroeconomía.

Siempre fumando empezó su intervención al otro lado de los tubos y cubetas de plexiglás. Puso en marcha una bomba aprovechada de un bombardero Lancaster. El agua teñida de rosa empezó a derramarse enun depósito de la parte superior , desde el que corrió por los diversos recipientes. Sobre el fondo sonoro de la bomba, que zumbaba como una licuadora.

Los profesores quedaron estupefactos. La máquina funcionó perfectamente. Al cabo de tan sólo 10 minutos ya reinaba el entusiamo generalizado por el logro de Phillips: el primer modelo computerizado de la economía keynesiana de un país.

El MONIAC o monetary national income analogue computer recurría a la hidráulica en vez de al cálculo diferencial para calcular y resolver ecuaciones. Era un ordenador sencillo capaz de resolver nueve ecuaciones difenciales en pocos minutos, hazaña imposible de lograr calculando con papel y bolígrafo. Todavía faltaban décadas para que surgieran los ordenadores digitales capaces de alimentar modelos económicos tan complejos.

Se vendieron copias del Moniac en Cambridge y Harvard así como en algunos países en desarrollo y en la mismísima Ford Motor Company. Tenía unas dimensiones aproximadas de 2 metros de altura por metro y algo de anchura, y los recipientes están pulcramente etiquetados: INGRESOS, DESCONTADO IMPUESTOS, GASTOS DE CONSUMO, GASTOS INTERNOS. Un pequeño compartimento tipo pecera está rotulado FONDOS DE INVERSIÓN. De unos tubos de plástico transparente con aspecto de haber sido sacados de una labadora (lo que seguramente era así) se lee RENTA NACIONAL.

Ciertamente usar la hidráulica para resolver sistemas complejos de ecuaciones rozaba la genialidad. La máquina de Phillips no sólo era un logro técnico, sino la materialización de los principios macroeconómicos más avanzados de su época. Así que la dirección de la London School se apresuró a contratarlo alcanzando díez años más tarde el cargo de profesor. No estaba mal para alguien que carecía de titulación económica.

La máquina que fue celebrada en la novela Dinero a Mansalva de Terry Pratchett, fue muy importante a nivel didáctico. Incluso se llegaron a juntar y conectar mediante tubos dos MONIAC's para simular importanciones y exportaciones. Uno de los alumnos de esa época fue, nada más ni nada menos, que Paul Volcker el mítico presidente de la Reserva Federal.
Esta máquina es la que inspira el "flujo circular de la renta" que la que generaciones de economítas han iniciado sus estudios de macroeconomía. 

El agua que fluye por la máquina de Phillips es una buena metáfora de cómo se planteaba la economía keynesiana, en términos de que el Gobierno pudiera manipular los flujos y reservas financieras. Los macroeconomistas ven ondular grandes masas de poder adquisitivo encaminado a fines diversos: el consumo privado, el gasto público, la inversión, la compra de productos importados... Estos flujos no crecen o se evaporan por si solos, sino que es posible represarlos, redirigirlos y desviarlos por obra de las decisiones de los ciudadanos, y en particular, por el capricho de los legisladores económicos en cuyas manos está modificar los tipos de interés, las cargas fiscales o la cantidad de dinero que producen los bancos centrales; es decir, los macroeconomístas.

Se conservan varias versiones de máquina, una de ellas en el Science Museum de Londres.

Aquí tenemos una fotografia de este Indiana Jones de la economía.